miércoles, 3 de abril de 2013

LEONIDAS PLAZA G

                                                Leónidas Plaza Gutiérrez

LEONIDAS PLAZA GUTIÉRREZ


Entre los jóvenes guerreros del Ecuador, es el General Plaza Gutiérrez quien tiene más tramada historia militar fuera de su patria, pues ha intervenido en las revoluciones de Colombia, del Salvador y Nicaragua y ocupado puestos importantes en la milicia de Costa Rica.
Los últimos hechos de armas en el centro, de los cuales es el héroe, llaman la atención general sobre este ciudadano.
Su familia es colombiana. Su padre un distinguido radical, que en aquel país fue llamado a posiciones oficiales honrosísimas, como la de Procurador de la República, cima luminosa de la Jurisprudencia en otro tiempo feliz para Colombia., desde donde se proclamaba tan alto la Justicia, y por voces tan elocuentes, que sus fallos eran atendidos y consultados en la América Latina.
Su madre es de la estirpe procera de los iniciadores del movimiento emancipador de 1810; vástago del tribuno Gutiérrez, de los que firmaron el Acta de la Independencia y fueron a consagrarla en el patíbulo y la escarpia, dándole a la Revolución la inmortalidad de la sangre, que aún pasea las ideas redentoras por la posteridad en una ola de fuego.
La alcurnia democrática, que es la legitimidad de la sangre en nuestros pueblos, fue, pues, la dote moral de Leonidas Plaza Gutiérrez.
Casi niño se alistó en fuerzas de Esmeraldas, que comandaba el Coronel Manuel A. Franco, como abanderado de un Cuerpo (1883). Nació a la milicia bajo el estandarte que debía conducir muchas veces al triunfo.
En la adolescencia apenas, le tocó la honra de mezclar su nombre al acontecimiento trascendental Jaramijó, al lado del General Eloy Alfaro. Pobre es lo que se diga en elogio de ese gran sacrificio, cuando un grupo de valientes -en una embarcación como un esquife- se atrevió contra el mar irritado, contra las sombras de la noche, contra fuerzas múltiples, sin auxilios posibles, en una como lucha de cetáceos; y vencedores al principio, a fuerza de arrojo, acosados después, por el número, encomendaron al fuego desencadenado y a los vórtices del mar, la venganza de la libertad infortunada.
Preparándose a morir Alfaro sobre el buque incendiado por su orden, puso la diestra sobre, el hombro de Plaza, como para precipitarse, apoyado en un báculo vigoroso, en el camino de lo desconocido. Quísolo de otro modo su fortuna, y salvos el ilustre Jefe y su Ayudante, mereció éste el grado de Sargento Mayor sobre las ruinas de tántas esperanzas; y fue así como alumbró su primer galardón de militar combatiente la antorcha sagrada del Alhajuela, cuando se consumía a las primeras horas de la aurora el 6 de Diciembre de
1884.
Los que sobrevivieron a la catástrofe de Jaramijó, emprendieron marcha a Tumaco, por parajes despoblados, en zona de fieras y de reptiles, asediados por el enemigo que los tenía de antemano condenados a muerte, ayunos de agua y de alimentos, mantenidos por la sola energía moral y alentados por el ejemplo del egregio Alfaro. ¡Días de peregrinación dolorosa en que se juntaba a tántas penalidades el recuerdo de la infausta campaña; noches macilentas, visitadas por las sombras de los muertos en la lid, y por esa remembranza horrible y sublime del buque libertador incendiado y hundiéndose las olas!
Llegaron por fin al suelo hospitalario de Tumaco, en donde Plaza había pasado su infancia, y de donde al cabo de algún tiempo se trasladó al istmo de Panamá.
En Colombia; como aquí, se lanzaron los radicales en la guerra contra el despotismo; Colombia y el Ecuador eran para Plaza una misma patria, por su abolengo, y porque sólo los espíritus ruines le trazan fronteras a la Libertad en nombre de los intereses de parroquia. Se entendió con los revolucionarios de Panamá el año de 1885, y malogrado el esfuerzo convenido, fue arrastrado a un calabozo por los sayones de Rafael Núñez y luégo arrojado al extranjero.
Tocó en la República del Salvador, cuando gobernaba allí el General Menéndez, hombre de singulares virtudes públicas. En breve conoció el valor intrínseco del proscrito y le ofreció un puesto distinguido en el ejército. A la muerte de este mandatario, tenida por envenenamiento, Plaza quiso oponerse a la inauguración del nuevo gobierno, pero no fue secundado, y se retiró al Departamento de Santa Ana a ocuparse en otra clase de tareas. A la sazón el Salvador y Guatemala se hicieron la guerra, que fue favorable al Salvador. Plaza sirvió en las filas salvadoreñas; asistió a cruentas batallas; tomó iniciativa en la dirección de los combates, y se le considera imparcialmente, como uno de los primeros, si no el primero, de los Generales en la contienda. Alcanzó triunfos y honores en la tierra belicosa del Salvador, de que hizo un uso moderado. Recuérdase que no se mezcló en el fusilamiento de Rivas, que bien lo merecía por traidor a la Patria; y que el actual Presidente Gutiérrez le debe en parte la vida que iba a perder en el patíbulo, ya levantado para el sacrificio.
Habría sido lo que hubiera querido, con el agradecimiento y protección del Gobierno, mas la independencia de su carácter le marcó otro derrotero, y fue extrañado del territorio por los hermanos Ezetas, quienes ya asomaban como hombres voluntariosos, soberbios y crueles.
Pasó a Nicaragua.
Gobernaba allí el doctor Sacasa, hombre de ninguna habilidad política y desconceptuado como autoridad entre sus conterráneos. Vino la guerra con alguna confusión en los campamentos, pues liberales y conservadores se unieron contra el Presidente. Se libraron muchos combates, en los que Plaza quedó unas veces vencedor y otras vencido; al fin, preso en León, fue desterrado del país y pasó a establecerse en Costa Rica.
En medio de tales contratiempos, su mente y sus esfuerzos no se apartaban de la causa radical ecuatoriana. La fe de Alfaro en el triunfo era inconmovible, era como una manía de su patriotismo, y contagiosa para su lugarteniente; de suerte que Plaza gozaba de las fruiciones del triunfo anticipado, por encima de los sucesos de la varia fortuna en el extranjero. Mantenía correspondencia activa con los radicales de Guayaquil, Manabí y Esmeraldas, principalmente, y si se habló de Alfaro entonces, en seguida se habló de Plaza, como el que con más las interioridades revolucionarias de aquel Jefe.
Se presentó por entonces una lucha eleccionaria muy vehemente en Costa Rica. Los Partidos liberales allí, con distinto matiz cada uno, proclamaron candidatos diferentes para la Presidencia de la República, mientras que el Partido conservador se agrupó en un haz con el nombre de la Unión Católica. Ante la actitud de los ultramontanos, se hizo indispensable la fusión liberal, que convino en apoyar la candidatura de Rafael Iglesias. Enderezada así la lucha, se empeñó vivamente, y triunfó el candidato de los liberales coligados.
Al fin Iglesias correspondió, o no, a las esperanzas en él fundadas. Cumplió, o no, las promesas que hizo; pero todos los que conocen aquel país saben que sin el apoyo de Plaza no se habría sostenido por mucho tiempo en el mando.
Hízolo Iglesias Comandante de Plaza de la Provincia de Alhajuela.
Al iniciarse el movimiento patriótico contra los mercaderes de la Bandera, se puso en marcha para Guayaquil, de donde siguió a la campaña de La Sierra. Combatió en Gatazo en el flanco derecho; fue nombrado Comandante General de la Sexta División en Riobamba; permaneció en el interior algunos meses encargado de conservar el orden, y regresó después a la Costa.
El Jefe Supremo le destinó más tarde como Gobernador de la Provincia del Azuay, en días difíciles para Cuenca, en que eran necesarios valor, sagacidad y prudencia para evitar conflictos; con aquellas dotes, Plaza restableció la tranquilidad en la Provincia, se hizo querer de los hombres de buena voluntad, unió a los liberales fraccionados, decretó providencias enérgicas en favor de los indios y otras de no menos interés para aquellos pueblos y para la República. Tuvo nombradía de enérgico, prudente y justo.
En viaje a Manabí, donde están sus padres, lo alcanzó la última guerra.